Una obra de arte siempre ha sido
susceptible a la reproducción principalmente por dos razones en principal: para
cubrir una demanda geográfica (generando así nuevos ingresos económicos) y para
preservarla en óptimas condiciones, lejos de posibles factores que dañarían o
alterarían su estado (decoloración por exposición al luz, resquebramiento por
condiciones climáticas, etcétera). La reproducción de una obra de arte también
se utilizaba como un aprendizaje de la técnica entre los jóvenes estudiantes.
Empero, la reproducción masiva de
una obra trajo consigo nuevas preocupaciones sobre el verdadero valor de la
copia, por más exacta que pueda ser. Se cuestionaba el aura de la obra
original, algo que no poseía su reproducción. El concepto de autenticidad es
más complejo de lo que se cree cuando a la obra se le añade un valor espiritual
al ser puesta por encima de sus reproducciones.
Este concepto es aplicable no
solo en la escultura o pintura, sino también en las adaptaciones de films ya
realizados, obras vueltas al escenario tras siglos de su estreno, música
interpretada por nuevas generaciones. Cabe preguntarse ¿Qué tan importante
puede llegar a ser el presenciar o ver únicamente la copia, lejos de la
original?
Lamentablemente, según lo explica
Walter Benjamín, esto afecta de cierto modo a la obra original, perdiendo en
gran parte el aura que posee. Sin embargo, cabe destacar que aún así posee cualidades espirituales no reproducibles por sus copias.
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